Un obrero que venció al hambre y condujo a Brasil a la cima, o el jefe de una de las mayores tramas corruptas de la historia: nadie es indiferente a Luiz Inácio Lula da Silva, en un país que se debate entre llevarle a la presidencia o a la cárcel.
A los 72 años, el destino de quien Barack Obama calificaba hace una década como “el hombre” está ahora en manos de un tribunal de apelación, que decidirá el miércoles si ratifica su condena por corrupción.
El fallo puede acabar con sus ambiciones de regresar a la presidencia que ostentó entre 2003 y 2010, o incluso mandarle a prisión, pero el patriarca de la izquierda no piensa bajar la cabeza.
“Aunque me condenen, voy a continuar tranquilo. Mi tranquilidad va a convertir la vida de ellos en un infierno”, afirmó el jueves durante un acto en Sao Paulo.
“Ellos” son las élites a las que acusa de conspirar para evitar que el extornero mecánico, favorito en las encuestas, gane las elecciones de octubre.
“Si el Ministerio Público y el juez Sergio Moro tienen una prueba de que desvié cinco centavos, preséntenla, desmoralícenme y deténganme”, retó en julio, después de conocer la primera sentencia.
El popular magistrado anticorrupción acababa de condenarle a casi diez años de prisión al considerarle beneficiario de un apartamento ofrecido por una constructora a cambio de contratos en Petrobras, pero le autorizaba a recurrir en libertad.
Era el último capítulo de una guerra que comenzó en marzo de 2016 con la policía despertándole al alba para declarar y que llevaría a la Fiscalía a describirle como el “comandante máximo” de la corrupción en la petrolera estatal.
Con otros seis procesos abiertos, la confrontación ha resucitado al combativo líder sindical que no paró hasta saltar de la fábrica al palacio de Planalto; pero los escándalos y la crisis han oxidado aquel histórico 87% de popularidad con el que dejó la presidencia en 2010.
“Estrella de rock”
Nacido en el árido nordeste, Lula conoció desde su nacimiento lo más dramático de la pobreza que azotaba a casi un tercio de los brasileños.
Séptimo hijo de un matrimonio analfabeto, fue abandonado por su padre antes de que la familia emigrara a la industrial Sao Paulo como millones de coterráneos.
Fue vendedor ambulante y lustrabotas, a los 15 años inició su formación de tornero, perdió un meñique en una máquina y al final de los 70 lideró una histórica huelga que desafió a la dictadura (1964-85).
Brasilia, sin embargo, se hizo esperar y fue derrotado en tres ocasiones como candidato presidencial del Partido de los Trabajadores (PT), que él mismo cofundó en 1980.
Cuatro años antes, este sindicalista de potente magnetismo se había presentado en una conferencia del economista Eduardo Suplicy. Apenas tenía formación de operario, pero quería saberlo todo sobre la distribución de renta.
“Lula tiene una capacidad de asimilar conocimientos y de pronunciarse de una manera tan clara que consiguió entusiasmar a la población brasileña, especialmente porque siempre mantuvo un contacto muy próximo con todos, incluso con los más pobres”, contó a la AFP Suplicy, quien fue también cofundador del PT y senador durante 25 años.
El político al que la revista Foreign Policy calificaría posteriormente como una “estrella del rock de la escena internacional” alcanzó finalmente la presidencia en 2003. Durante sus dos mandatos, empujados por el viento a favor de la economía mundial, 30 millones de brasileños salieron de la pobreza.
Y coronó su presidencia consiguiendo la sede del Mundial de fútbol de 2014 y los Juegos de Rio-2016.
“Sin límites”
Pero fue en aquellos años de gloria donde muchos ven la raíz de los problemas que le han llevado a las puertas de la cárcel, como señaló en septiembre Antonio Palocci, su primer ministro de Hacienda, ahora preso por corrupción.
“[Lula] se disoció definitivamente del niño pobre para navegar en el terreno pantanoso del éxito sin crítica (...), del poder sin límites”, escribió quien fuera uno de los más influyentes jerarcas del PT.
Juntos habían sobrevivido al escándalo del ‘mensalao’ de 2005, una millonaria contabilidad ilegal para comprar el apoyo de congresistas, tras el que Lula descabezó la dirección del partido.
Él logró mantenerse al margen, fue reelegido en 2006 y en 2010 consiguió la victoria de Dilma Rousseff (destituida en 2016 por el Congreso).
Poco después, le diagnosticaron un cáncer de laringe que superó, aunque dejó huella en la voz rasgada con la que ahora clama que seguirá luchando para regresar y restituir el honor de su esposa, Marisa Leticia, incluida en varias de sus causas judiciales hasta su repentina muerte hace un año.
AFP