"Es el primer paso para mostrar que no somos un pueblo muerto. Pensaban que Brasil pararía para ver el fútbol, que solo somos eso", dijo a la AFP Bruno Pastana, un pequeño empresario de 24 años, con una bandera de Brasil a la espalda a modo de capa, desde el techo del Congreso, ocupado el lunes por los manifestantes.
La protesta fue detonada en Sao Paulo contra el aumento del precio del transporte público, en víspera de la inauguración de la Copa Confederaciones, ensayo general del Mundial 2014, el sábado pasado en Brasilia.
Con ayuda de las ágiles redes sociales en un país con más de 90 millones de internautas (casi la mitad de la población), se extendieron a varias ciudades y adoptaron otros lemas, el principal, en repudio a los millonarios gastos públicos para la Copa de Confederaciones, que se juega actualmente en seis ciudades brasileñas, y el Mundial 2014, evaluados en más de 15.000 millones de dólares.
Los manifestantes reclaman que deberían haberse invertido en servicios básicos de salud y educación.
"Si tu hijo se enferma, llévalo al estadio", reclamaba una manifestante sobre la precaria situación de los hospitales y los millones de dólares destinados a construir o reformar estadios para el Mundial del año próximo.
Las protestas brasileñas tienen algo en común con las de Turquía o Egipto: "un trasfondo de profundo cambio social, de ascensión de una nueva clase media", expresa el economista André Perfeito, de la consultora Gradual Investimentos.
En los últimos diez años, Brasil vivió una ascensión de 40 millones de personas a una nueva clase media -que hoy supera la mitad de la población-, así como un avance explosivo del consumo impulsado por el crédito y una destacada ampliación de la escolarización, destaca.
Pero en los dos últimos años, desde la llegada de la presidenta Dilma Rousseff al poder, las optimistas expectativas brasileñas se toparon con un crecimiento económico en decadencia (2,7% en 2011 y 0,9% en 2012), y una inflación en alza, que en mayo alcanzó 6,5% en doce meses. Algo que afecta directamente al bolsillo.
"¿Dónde está la guerrillera?" cuestionaron muchos manifestantes ante el Congreso el lunes, refiriéndose a la presidenta que fue torturada y encarcelada por su lucha contra la dictadura, pero cuyo gobierno perdió ocho puntos de popularidad ante el impacto de la inflación, según el sondeo Datafolha.
Durante años Brasil invirtió en programas de renta, pero no resolvió problemas básicos.
Hay "grandes parcelas de la población, principalmente urbana, insatisfechas con el transporte colectivo precario, la salud desastrosa y la violencia enorme, una situación que fue compensada por años con una mejora de salario y empleo", que ahora llegan a su límite, afirma a la AFP el sociólogo de la Universidad de Campinas Ricardo Antunes.
"La Copa era el ejemplo más claro para desatar la indignación: esos estadios monumentales, que costaron volúmenes enormes de dinero", dice.
Tras años de escándalos en la política, los manifestantes rechazan la corrupción y han salido a la calle sin banderas de partidos o sindicatos, a los que insultan abiertamente.
"La insatisfacción se extiende a todos los grandes partidos que no resuelven sus problemas", expresa el profesor de historia contemporánea Virgilio Caixeta Arraes, de la Universidad de Brasilia.
La presidenta Dilma Rousseff afirmó el martes que su gobierno escuchará la voz "de cambio" de las calles.
Tras años de mejora social y económica Brasil "tiene ahora ciudadanos que quieren más y tienen derecho a más", dijo Rousseff.
La mandataria subrayó que más allá de servicios de calidad, los brasileños quieren un basta a la corrupción: "Este mensaje directo de las calles es de repudio a la corrupción y al uso indebido del dinero público", dijo.