TEL AVIV.- De un lado lo llaman "el muro delapartheid ", del otro es "la cerca de seguridad", principal garante de la atmósfera de relativa tranquilidad que se respira hoy en las calles de Israel.
Pero la comunidad internacional y especialmente cuatro millones de palestinos no pueden comprender que el mismo pueblo que sufrió como pocos otros la segregación y el aislamiento haya construido un muro con alambres de púas y sensores electrónicos a lo largo de 700 kilómetros para marcar su barrera con los territorios palestinos.
Desde la visión israelí, la cerca, que comenzó a levantarse en 2002, fue totalmente efectiva para poner fin a la ola de ataques, especialmente los atentados suicidas de terroristas palestinos que causaron la muerte de 357 civiles a comienzos de este siglo. Se acabaron las matanzas en shoppings, ómnibus y terminales de medios de transporte.
Hoy en esta moderna ciudad de Tel Aviv la gente puede volver a esperar tranquila en las paradas de colectivos, sin temor a cada joven árabe que lleva una mochila.
El precio a pagar es la muralla que se levanta a sólo veinte kilómetros de esta ciudad, una línea retorcida que serpentea caprichosamente los límites con Cisjordania, en partes respetando la "línea verde" fronteriza, y en otras avanzando generosamente en territorios palestinos con el objetivo de proteger también los asentamientos de colonos judíos en zonas palestinas.
"El muro arruinó la economía de mi familia", dijo a LA NACION el agricultor Omar Jatib, de 56 años, quien vive en la localidad palestina de Bil'in. Desde hace algunas generaciones su familia tenía en esta aldea varias hectáreas dedicadas al cultivo de olivos. Pero la arbitraria línea de la muralla separó su casa de su campo. Sin dar explicaciones, las autoridades israelíes que controlan el puesto fronterizo no otorgaron el permiso de paso, y los Jatib ya no pudieron regresar al terreno.
El gobierno israelí le ofreció, al igual que a otros palestinos damnificados, una compensación económica. Pero por cuestión de principios, ninguno de ellos aceptó el dinero. "Yo no quiero indemnización, lo que deseo es recuperar mi tierra", dijo.
El propio nombre del muro es cuestión de debate entre palestinos e israelíes. Quizá para alejar los terribles recuerdos de los guetos de la Segunda Guerra, los judíos se niegan a llamarla "muro".
Le dicen en cambio "la cerca", y fundamentan su explicación en que, en realidad, el 95% de ella, especialmente en las áreas despobladas, es un alambrado de ocho metros de alto, con púas y sensores electrónicos en la parte superior. Es en los sectores urbanos donde la muralla se convierte en bloques de concreto rematados también con alambres de púas y cámaras de seguridad. Junto a la valla, del lado israelí, hay un camino de pavimento por el que transitan las patrullas, en un área de exclusión de 60 metros.
Existen 28 cruces fronterizos con Cisjordania y dos en la Franja de Gaza. Según el día, las esperas en los puestos de control pueden demorar varias horas, pues los israelíes se reservan el derecho de decidir quién puede cruzar y quién no.
El médico argentino-israelí Carlos Gruzman, de 61 años, padre de cuatro hijos y director del Hospital Hasharon de la localidad fronteriza Petah Tikva, tiene sentimientos encontrados frente a la barrera de seguridad. Su vida también tiene una cruel línea divisoria antes y después del 25 de diciembre de 2003.
Ese día su hija Rotem, de 19 años, que estaba haciendo el servicio militar obligatorio, había ido a una fiesta con otras uniformadas y se disponía a regresar a su casa. Alrededor de las 18.30 conversaba con sus compañeros en una parada de colectivos, cuando un joven palestino de unos 20 años bajó de un taxi con una mochila. En cuestión de segundos, el hombre se colocó en medio de los ellos y se suicidó haciendo estallar su mochila. La explosión mató instantáneamente a Rotem y a tres compañeros y dejó una decena de heridos.
"Fue muy duro -recuerda el doctor Gruzman-. Además, nos enteramos a través de la televisión."
Las investigaciones mostraron que el terrorista provenía de Cisjordania en una época en que no existía aún la barrera de seguridad. "Yo no sé si el muro podría haber evitado que maten a Rotem. Pero creo que es una idea excelente porque disminuye la probabilidad de otros ataques", dijo el doctor Gruzman.
Pero la comunidad internacional y especialmente cuatro millones de palestinos no pueden comprender que el mismo pueblo que sufrió como pocos otros la segregación y el aislamiento haya construido un muro con alambres de púas y sensores electrónicos a lo largo de 700 kilómetros para marcar su barrera con los territorios palestinos.
Desde la visión israelí, la cerca, que comenzó a levantarse en 2002, fue totalmente efectiva para poner fin a la ola de ataques, especialmente los atentados suicidas de terroristas palestinos que causaron la muerte de 357 civiles a comienzos de este siglo. Se acabaron las matanzas en shoppings, ómnibus y terminales de medios de transporte.
Hoy en esta moderna ciudad de Tel Aviv la gente puede volver a esperar tranquila en las paradas de colectivos, sin temor a cada joven árabe que lleva una mochila.
El precio a pagar es la muralla que se levanta a sólo veinte kilómetros de esta ciudad, una línea retorcida que serpentea caprichosamente los límites con Cisjordania, en partes respetando la "línea verde" fronteriza, y en otras avanzando generosamente en territorios palestinos con el objetivo de proteger también los asentamientos de colonos judíos en zonas palestinas.
"El muro arruinó la economía de mi familia", dijo a LA NACION el agricultor Omar Jatib, de 56 años, quien vive en la localidad palestina de Bil'in. Desde hace algunas generaciones su familia tenía en esta aldea varias hectáreas dedicadas al cultivo de olivos. Pero la arbitraria línea de la muralla separó su casa de su campo. Sin dar explicaciones, las autoridades israelíes que controlan el puesto fronterizo no otorgaron el permiso de paso, y los Jatib ya no pudieron regresar al terreno.
El gobierno israelí le ofreció, al igual que a otros palestinos damnificados, una compensación económica. Pero por cuestión de principios, ninguno de ellos aceptó el dinero. "Yo no quiero indemnización, lo que deseo es recuperar mi tierra", dijo.
El propio nombre del muro es cuestión de debate entre palestinos e israelíes. Quizá para alejar los terribles recuerdos de los guetos de la Segunda Guerra, los judíos se niegan a llamarla "muro".
Le dicen en cambio "la cerca", y fundamentan su explicación en que, en realidad, el 95% de ella, especialmente en las áreas despobladas, es un alambrado de ocho metros de alto, con púas y sensores electrónicos en la parte superior. Es en los sectores urbanos donde la muralla se convierte en bloques de concreto rematados también con alambres de púas y cámaras de seguridad. Junto a la valla, del lado israelí, hay un camino de pavimento por el que transitan las patrullas, en un área de exclusión de 60 metros.
Existen 28 cruces fronterizos con Cisjordania y dos en la Franja de Gaza. Según el día, las esperas en los puestos de control pueden demorar varias horas, pues los israelíes se reservan el derecho de decidir quién puede cruzar y quién no.
El médico argentino-israelí Carlos Gruzman, de 61 años, padre de cuatro hijos y director del Hospital Hasharon de la localidad fronteriza Petah Tikva, tiene sentimientos encontrados frente a la barrera de seguridad. Su vida también tiene una cruel línea divisoria antes y después del 25 de diciembre de 2003.
Ese día su hija Rotem, de 19 años, que estaba haciendo el servicio militar obligatorio, había ido a una fiesta con otras uniformadas y se disponía a regresar a su casa. Alrededor de las 18.30 conversaba con sus compañeros en una parada de colectivos, cuando un joven palestino de unos 20 años bajó de un taxi con una mochila. En cuestión de segundos, el hombre se colocó en medio de los ellos y se suicidó haciendo estallar su mochila. La explosión mató instantáneamente a Rotem y a tres compañeros y dejó una decena de heridos.
"Fue muy duro -recuerda el doctor Gruzman-. Además, nos enteramos a través de la televisión."
Las investigaciones mostraron que el terrorista provenía de Cisjordania en una época en que no existía aún la barrera de seguridad. "Yo no sé si el muro podría haber evitado que maten a Rotem. Pero creo que es una idea excelente porque disminuye la probabilidad de otros ataques", dijo el doctor Gruzman.
Fuente: lanacion.com.ar