Que la Cámara de Representantes de Estados Unidos haya decidido mantener su pulso hasta el final secuestrando la extensión del presupuesto para asaltar la reforma sanitaria de Barack Obama coloca -una vez más- al país al borde de un precipicio que en esta ocasión parece insalvable, ya que el reloj se para en cuanto pase un minuto de la medianoche del lunes.
Para entonces, más de 800.000 trabajadores federales –cuyas labores son consideradas no esenciales- serán mandados a sus casas y millones de personas seguirán trabajando sabiendo que no van a cobrar. Museos, parque nacionales y otros servicios públicos tendrán que cerrar sus puertas y, por ejemplo, las basuras comenzarán a acumularse, entre otros lugares, en las calles adyacentes al Capitolio de la nación.
Al final de un maratoniano sábado, la Cámara de Representantes en manos republicanas aprobaba una ley -231 votos a favor; 192 en contra- que garantizaba la extensión del presupuesto hasta mediados de diciembre siempre y cuando se aceptara un retraso de un año en la aplicación de la reforma sanitaria tildada pos sus detractores como ‘Obamacare’ (así como la paralización de ciertos impuestos y beneficios). Conocedores de los riesgos y conscientes de que se enfrentan a una medida muy impopular, la Cámara aprobó por unanimidad una norma que garantiza que los militares reciban su salario si se llega a producir el temido ‘cierre’ del Gobierno.
Los republicanos han optado finalmente por seguir la línea dura de su partido que libra una batalla ideológica contra el sistema sanitario de Barack Obama, ratificado por ambas Cámaras, firmado por el presidente y declarado constitucional por el Tribunal Supremo. Antes incluso de que la ley propuesta por los republicanos se votara en la Cámara a última hora del sábado noche, el líder de la mayoría en el Senado, Harry Reid, la daba por muerta y el portavoz de la Casa Blanca recordaba cual era la postura del presidente: no aceptar tocar la reforma sanitaria. De “temeraria e irresponsable” calificaba Jay Carney la estrategia republicana.
Pero es que incluso considerando un escenario en el que se quisiera debatir la norma aprobada por la Cámara, se llegaría al ‘cierre’ del Gobierno ya que solo quedaría este lunes para debatir, retocar y votar esa ley, lo que es materialmente imposible de hacer en un día.
El presidente de la Cámara, John Boehner, devolvía la pelota a la cancha de los demócratas al declarar mediante un comunicado que ellos ya habían actuado y que ahora dependía del Senado evitar que se paralizara el Gobierno. “El pueblo americano no quiere el cierre de la Administración como tampoco quiere Obamacare”, dijo. “Hemos hecho nuestro trabajo, ahora depende del Senado”, concluyó Boehner, quien finalmente ha sucumbido a las demandas del ala más reaccionaria del partido, encabeza por el senador tejano Ted Cruz y el Tea Party.
Para el senador Reid, el desastre era inevitable y la votación del sábado era la votación de un fracaso. “Después de semanas de inútiles juegos políticos de los republicanos volvemos a estar en la casilla de salida”, declaró el senador de Nevada. “Deseamos discutir todos estos asuntos en calma y en una atmósfera de racionalidad. Pero el pueblo americano no será extorsionado por anarquistas del Tea Party”, declaró Reid.
Todo indica que la próxima crónica política que se escriba sea la que anuncie el primer cierre del Gobierno federal en 17 años, el anterior sucedió durante la Administración de Bill Clinton en 1995 y 1996 y la lucha mantenida entonces por el presidente y Newt Gingrich cimentó el camino para un entendimiento bipartidista, algo que no va a suceder ahora, en un ambiente político que los conocedores del Capitolio califican de caótico y abocado a la crisis como nunca antes.
En el foco de atención de todo este proceso ha estado el líder de los republicanos, John Boehner. La incógnita que estaba por despejar el sábado era si aceptaría la ley que había enviado el Senado –que había modificado la previamente mandada por la Cámara y que dejaba sin fondos al sistema sanitario- y así evitar el cierre del Gobierno pero poner en riesgo su puesto o intentar una nueva embestida –y van 43- a la bestia negra de los conservadores y esperar que la tormenta del cierre no provoque muchos daños.
Las experiencias sufridas durante los cierres del Gobierno en 1995 y 1996 dañaron a los republicanos, que vieron como las encuestas les daban la espalda y se abría la puerta a la reelección de Clinton. Pero en esta ocasión creen estar librando una batalla que les infringirá más bien que mal, ya que libran al pueblo de una ley –Obamacare- que “dañará a millones de familias”, según el representante de Nueva York, Michael Grimm. El debate que en las últimas semanas se ha vivido dentro del Partido Republicano ha sido que se debía de plantar batalla porque eso es lo que los votantes esperaban de ellos. Y así han hecho. Cueste lo que cueste y caiga quien caiga.
Para entonces, más de 800.000 trabajadores federales –cuyas labores son consideradas no esenciales- serán mandados a sus casas y millones de personas seguirán trabajando sabiendo que no van a cobrar. Museos, parque nacionales y otros servicios públicos tendrán que cerrar sus puertas y, por ejemplo, las basuras comenzarán a acumularse, entre otros lugares, en las calles adyacentes al Capitolio de la nación.
Al final de un maratoniano sábado, la Cámara de Representantes en manos republicanas aprobaba una ley -231 votos a favor; 192 en contra- que garantizaba la extensión del presupuesto hasta mediados de diciembre siempre y cuando se aceptara un retraso de un año en la aplicación de la reforma sanitaria tildada pos sus detractores como ‘Obamacare’ (así como la paralización de ciertos impuestos y beneficios). Conocedores de los riesgos y conscientes de que se enfrentan a una medida muy impopular, la Cámara aprobó por unanimidad una norma que garantiza que los militares reciban su salario si se llega a producir el temido ‘cierre’ del Gobierno.
Los republicanos han optado finalmente por seguir la línea dura de su partido que libra una batalla ideológica contra el sistema sanitario de Barack Obama, ratificado por ambas Cámaras, firmado por el presidente y declarado constitucional por el Tribunal Supremo. Antes incluso de que la ley propuesta por los republicanos se votara en la Cámara a última hora del sábado noche, el líder de la mayoría en el Senado, Harry Reid, la daba por muerta y el portavoz de la Casa Blanca recordaba cual era la postura del presidente: no aceptar tocar la reforma sanitaria. De “temeraria e irresponsable” calificaba Jay Carney la estrategia republicana.
Pero es que incluso considerando un escenario en el que se quisiera debatir la norma aprobada por la Cámara, se llegaría al ‘cierre’ del Gobierno ya que solo quedaría este lunes para debatir, retocar y votar esa ley, lo que es materialmente imposible de hacer en un día.
El presidente de la Cámara, John Boehner, devolvía la pelota a la cancha de los demócratas al declarar mediante un comunicado que ellos ya habían actuado y que ahora dependía del Senado evitar que se paralizara el Gobierno. “El pueblo americano no quiere el cierre de la Administración como tampoco quiere Obamacare”, dijo. “Hemos hecho nuestro trabajo, ahora depende del Senado”, concluyó Boehner, quien finalmente ha sucumbido a las demandas del ala más reaccionaria del partido, encabeza por el senador tejano Ted Cruz y el Tea Party.
Para el senador Reid, el desastre era inevitable y la votación del sábado era la votación de un fracaso. “Después de semanas de inútiles juegos políticos de los republicanos volvemos a estar en la casilla de salida”, declaró el senador de Nevada. “Deseamos discutir todos estos asuntos en calma y en una atmósfera de racionalidad. Pero el pueblo americano no será extorsionado por anarquistas del Tea Party”, declaró Reid.
Todo indica que la próxima crónica política que se escriba sea la que anuncie el primer cierre del Gobierno federal en 17 años, el anterior sucedió durante la Administración de Bill Clinton en 1995 y 1996 y la lucha mantenida entonces por el presidente y Newt Gingrich cimentó el camino para un entendimiento bipartidista, algo que no va a suceder ahora, en un ambiente político que los conocedores del Capitolio califican de caótico y abocado a la crisis como nunca antes.
En el foco de atención de todo este proceso ha estado el líder de los republicanos, John Boehner. La incógnita que estaba por despejar el sábado era si aceptaría la ley que había enviado el Senado –que había modificado la previamente mandada por la Cámara y que dejaba sin fondos al sistema sanitario- y así evitar el cierre del Gobierno pero poner en riesgo su puesto o intentar una nueva embestida –y van 43- a la bestia negra de los conservadores y esperar que la tormenta del cierre no provoque muchos daños.
Las experiencias sufridas durante los cierres del Gobierno en 1995 y 1996 dañaron a los republicanos, que vieron como las encuestas les daban la espalda y se abría la puerta a la reelección de Clinton. Pero en esta ocasión creen estar librando una batalla que les infringirá más bien que mal, ya que libran al pueblo de una ley –Obamacare- que “dañará a millones de familias”, según el representante de Nueva York, Michael Grimm. El debate que en las últimas semanas se ha vivido dentro del Partido Republicano ha sido que se debía de plantar batalla porque eso es lo que los votantes esperaban de ellos. Y así han hecho. Cueste lo que cueste y caiga quien caiga.