CIUDAD DEL VATICANO. Jorge Bergoglio lo transmitió con una Carta Apostólica en forma de Motu Proprio, bautizada “Maiorem hac dilectionem”, que retoma palabras de Jesucristo: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”.
De este modo el Papa abrió el camino de la beatificación a aquellos fieles que brindaron heroicamente su propia vida por el prójimo, aceptando libre y voluntariamente una muerte cierta y prematura.
Una novedad que modifica reglas establecidas desde hace siglos, aunque hace falta que en estos casos se verifique “el ejercicio, al menos en grado ordinario, de las virtudes cristianas”, se aclaró. Además en todos los procesos de beatificación es necesaria la comprobación de un milagro tras la muerte del aspirante a santo.
La reflexión sobre este cambio ya había sido prevista por el Papa Benedicto XIV, “el Maestro”, cuyo pontificado se extendió de 1740 a 1758, que “no excluía de los honores de los altares a los que dieron la vida en actos extremos de caridad, como por ejemplo, la asistencia de apestados, con el riesgo de contagio, causa de muerte segura”.
Así lo recordó monseñor Marcello Bartolucci, secretario de la Congregación de las Causas de los Santos, dedicada a estos temas dentro de la Iglesia.
Bartolucci dijo además que “esta problemática comenzó a transformarse en objeto de explícita reflexión” de la Congregación a partir de 2014.
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