Joyce abandonó el oeste de Kenia para ir a casa de su marido en Uganda. Asqueada por su nueva vida, huyó, y no para volver a casa de sus padres.
Halló refugio en una escuela de educación primaria para niñas de la etnia Kalash, en el nordeste de Uganda, como casi un centenar de menores que se escaparon para evitar los matrimonios forzados y los rituales de mutilación genital femenina (MGF) que marca el paso de la infancia a la edad adulta.
En este lugar se siente segura, pero reconoce que aún vive “con miedo”.
La ablación total o parcial de los órganos genitales externos de una mujer está prohibida en Uganda desde 2010. Con todo, todavía se practica en algunas comunidades rurales en las que esta tradición, que marca la entrada de la adolescente en edad de poder casarse, continúa muy anclada.
Joyce evitó la mutilación pero Rose, otra interna, tuvo menos suerte. La casaron de muy joven y le hicieron una ablación justo después de dar a luz a su primer hijo. “Sufría a causa del parto pero eso no los detuvo", cuenta.
Tradición
En la tribu Pokot de Joyce y Rose, las mutilaciones genitales tienen como finalidad “hacer que las mujeres sean puras y matar el apetito sexual”, explica James Apollo Bakan, de la asociación caritativa local Vision Care Foundation, que intenta erradicarlas.
Entre los ganaderos seminómadas como los Pokot, los hombres la usan para que sus mujeres les sean fieles cuando se van a ocuparse de los animales. Y es que este tipo de ablaciones provocan dolor durante el acto sexual.
“Cortan el clítoris para que las mujeres no tengan que buscar a otros hombres”, explica Bakan.
El Fondo de Población de las Naciones Unidas (FPNU) estima que el 95% de las niñas y mujeres pokot sufrieron mutilaciones genitales.
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