Desde su investidura a fines de junio, Duterte ha multiplicado las invectivas contra Washington y ha asegurado que estos ejercicios -realizados en virtud de un tratado de defensa mutua-, serán los primeros y los últimos de su mandato.
También ha amenazado con denunciar el pacto de defensa concluido por su predecesor Benigno Aquino, que prevé un aumento de los efectivos militares estadounidenses en el archipiélago para frenar el expansionismo chino en el mar de China Meridional.
“Los estadounidenses no me gustan”, dijo el domingo Duterte. “Me reprenden públicamente, así que yo les digo: ‘que les den'”, añadió, sugiriendo de nuevo que iba a reorientar la diplomacia filipina hacia Pekín y Moscú.
DIPLOMACIA
Pero nada indica por ahora que las declaraciones de Duterte vayan a tener un impacto efectivo sobre la política conjunta con los norteamericanos.
El secretario estadounidense de Defensa, Ashton Carter, estimó el jueves pasado que la alianza entre ambos países es “muy sólida”.
“La relación (con el ejército estadounidense) no ha cambiado”, declaró por su parte a la AFP el portavoz del ministerio de Defensa filipino, Arsenio Andolong.
Más allá de sus diatribas, Estados Unidos, así como otros países y organizaciones de defensa de los derechos humanos, han criticado a Duterte por la brutalidad de su “guerra contra el crimen”, que se ha traducido en la muerte de más de 3.300 personas desde su llegada al poder.
El presidente suscitó una ola de indignación el viernes pasado cuando comparó su campaña contra la delincuencia con el exterminio de seis millones de judíos bajo Hitler. Dos días después, se disculpó.
AFP
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