El país estaba en guardia ante los disturbios que se especulaban podían suceder si un hombre blanco resultaba inocente de haber acabado con la vida de un joven negro. Ante lo que no sucedió pero como una medida más de la contención hasta ahora demostrada en un caso que hace supurar la herida de la segregación nunca cerrada, la Casa Blanca emitió un comunicado en el que Barack Obama llamaba a la calma y pedía respeto para la decisión judicial en un estado de derecho."La muerte de Trayvon Martín es una tragedia", escribió el presidente. "Sé que este caso ha levantado pasiones", prosigue, "pero un jurado ha hablado". A continuación, Obama pide a sus conciudadanos mantener la calma y reflexionar sobre la cultura de la violencia armada que tantas vidas se cobra.
No ha sido esta la única vez que el mandatario se pronuncia sobre un caso que tiene la raza en el epicentro de su debate por mucho que se ignore. Casi un mes después de la muerte de Martín -con Zimmerman todavía en libertad- el presidente Barack Obama declaró que si él tuviera un hijo “sería como Trayvon”. No hacía falta decir más.
A las puertas del tribunal de Sanford, fuertemente custodiado, donde Zimmerman, 29 años y con chaleco antibalas bajo su traje, escuchaba sereno y contenido el veredicto que le convertía en un hombre libre, varios centenares de personas levantaron sus puños al cielo y clamaron por la justicia que consideraron denegada a Martin a la vez que portaban pancartas en las que se leía “Opresión racial”. Pero la noche y la madrugada transcurrieron sin disturbios, sin incidentes graves ni levantamientos como en las épocas de lucha racial en EE UU en las calles de ciudades como Chicago, Washington o Los Ángeles. Tan solo en Oakland (California) se produjeron incidentes que acabaron con ventanas de comercios rotas y hogueras callejeras.
Una parte de EE UU considera que el veredicto de inocencia de Zimmerman es un ejemplo de que sigue existiendo una doble justicia para los ciudadanos, aquella que se aplica dependiendo del color de la piel y que retrotrae a las épocas de la segregación racial, cuando un hombre blanco no sufría las consecuencias legales de matar a un hombre negro.
El caso tiene, además, un componente que refiere a otra lucha distinta de derechos civiles, la que posibilita, según las permisivas leyes de Florida, a una persona a defenderse con la máxima fuerza cuando considera que su vida corre peligro y le otorga el beneficio de la duda ante un juez.
Ese beneficio es el que ha pesado en la decisión de las seis mujeres del jurado, que pasadas las diez de la noche del sábado entraban en la sala del juicio y confirmaban cada una con un tímido sí la pregunta de la juez de si consideraban no culpable a Zimmerman. Este escuchó estoico las palabras que le devolvían de nuevo al mundo de los hombres libres y, si acaso, se intuyó una tímida sonrisa de alivio. Su mujer lloraba y los padres del vigilante —él un hombre blanco y ella una mujer hispana de Perú—, lo que ha situado la identidad racial del acusado también en el plano de la discusión, se abrazaban entre lágrimas. Los padres de Martin no estaban presentes en el momento de la lectura del veredicto.
El caso comenzó el 26 de febrero de 2012 con un bajo perfil y fue escalando posiciones hasta convertirse en un nuevo referente para el debate —tabú— sobre la raza que pervive en este país. Zimmerman no fue detenido hasta seis semanas después de la muerte de Martin y lo fue tras la brutal presión social que forzó a la fiscalía de Florida a apartar a los procuradores locales y nombrar a la fiscal general de Jacksonville.
Nadie cuestionaba el sábado que la sentencia no fuera judicialmente aceptable. El jurado hizo lo que tenía que hacer y no pudo constatar, ante las escasas pruebas, “sin una duda razonable”, que Zimmerman no actuase en defensa propia cuando disparó contra Martin. Según la defensa, el vigilante de la urbanización donde vivía el padre de Martin solo se defendió del ataque del joven negro y como prueba presentó —cada vez que tuvo la oportunidad a lo largo de las tres semanas de testimonios con más de 50 testigos— las fotografías de su nariz partida y los cortes en la cabeza producidos durante la pelea contra el suelo de cemento de la acera.
El fiscal dibujó un escenario muy distinto, aquel en el que Zimmerman actuó movido por sus prejuicios al considerar un criminal al joven negro que caminaba bajo la lluvia en la noche cubierto por la capucha de su sudadera y algo en sus manos (una bolsa de Lacasitos). El fiscal calificó a Zimmerman como alguien que se creía un policía sin serlo y que se tomó la justicia por su mano movido por la convicción de que el chico “no era bueno”.
Si la sentencia es aceptable judicialmente, socialmente es un capítulo aparte. Desde el reverendo Jesse Jackson a la NAACP (la asociación para el avance de las personas de color y principal grupo de lucha de derechos civiles de los negros en EE UU) se calificaba como “descarrilamiento de la justicia” el veredicto de inocencia. “El más fundamental de los derechos civiles —el derecho a la vida— fue violado la noche que George Zimmerman persiguió y acabó con la vida de Trayvon Martin”, se lee en la petición hecha por la NAACP al Departamento de Justicia para que presente cargos federales contra el vigilante.
La juez despachó a Zimmerman con una frase: “Puede irse, no tiene asuntos pendientes con este tribunal”. La opinión pública dictaba su juicio paralelo: no culpable, pero no inocente. Robert Zimmerman, hermano del acusado, proclamó la libertad condicional en la que desde la noche del sábado vivirá el exvigilante: “Pasará el resto de su vida guardándose las espaldas”.
Fuente: El pais
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