Egipto se encuentra en uno de los puntos álgidos de toda revolución con una profunda crisis política que las medidas anunciadas por la cúpula militar pretenden atajar, pero que se pueden profundizar.
De forma democrática, la revolución llevó al poder a la cofradía religiosa, pero el presidente Mursi, además de mostrar tendencias dictatoriales, incumplió todas las promesas hechas en su día, abusó del amiguismo e hizo gala de gran ineptitud mientras la situación económica, que ya era mala cuando el país se sumó a laprimavera árabe empeoró ostensiblemente bajo su Gobierno.
El Egipto laico volvió a la calle masivamente para exigir un cambio de rumbo radical y encontró el apoyo total e inesperado de un Ejército dispuesto a intervenir si Mursi no satisfacía las demandas de la plaza, planteando así una enorme paradoja, la de un presidente elegido democráticamente apartado del poder de forma nada democrática por unos militares de dudosa legitimidad democrática. Y todo ello en nombre de la democracia.
La polarización obstaculizó la búsqueda de un amplio consenso entre el islam político y la sociedad laica necesario en esta fase de la transición. La cofradía, una vez en el poder tras tantos años de frustraciones, no quiso ceder ni un milímetro y la oposición no ha sido capaz de unir los varios grupos que la forman, ni siquiera de encontrar un líder aceptado y reconocido por todos. Que a estas alturas el único nombre que aparezca sea el del veterano diplomático Mohamed el Baradei indica la incapacidad para crear una seria plataforma política que vaya más allá de la oposición a Mursi, que es lo único que les unía.
A principios de los 90, en Argelia, un golpe militar impidió la llegada al poder del islam político, que había ganado unas elecciones. La consecuencia fue una terrible guerra civil. Mursi ya no está, pero los Hermanos Musulmanes siguen existiendo. Aquel recuerdo debería servir para que todos, islamistas, laicos y el Ejército se empeñen en buscar un consenso. Sin embargo, el cierre de televisiones islamistas y la retirada del pasaporte a Mursi van en sentido contrario.
Fuente: elperiodico.com
El Egipto laico volvió a la calle masivamente para exigir un cambio de rumbo radical y encontró el apoyo total e inesperado de un Ejército dispuesto a intervenir si Mursi no satisfacía las demandas de la plaza, planteando así una enorme paradoja, la de un presidente elegido democráticamente apartado del poder de forma nada democrática por unos militares de dudosa legitimidad democrática. Y todo ello en nombre de la democracia.
La polarización obstaculizó la búsqueda de un amplio consenso entre el islam político y la sociedad laica necesario en esta fase de la transición. La cofradía, una vez en el poder tras tantos años de frustraciones, no quiso ceder ni un milímetro y la oposición no ha sido capaz de unir los varios grupos que la forman, ni siquiera de encontrar un líder aceptado y reconocido por todos. Que a estas alturas el único nombre que aparezca sea el del veterano diplomático Mohamed el Baradei indica la incapacidad para crear una seria plataforma política que vaya más allá de la oposición a Mursi, que es lo único que les unía.
A principios de los 90, en Argelia, un golpe militar impidió la llegada al poder del islam político, que había ganado unas elecciones. La consecuencia fue una terrible guerra civil. Mursi ya no está, pero los Hermanos Musulmanes siguen existiendo. Aquel recuerdo debería servir para que todos, islamistas, laicos y el Ejército se empeñen en buscar un consenso. Sin embargo, el cierre de televisiones islamistas y la retirada del pasaporte a Mursi van en sentido contrario.
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