Washington, Estados Unidos.- Donald Trump no duda nunca, especialmente de sí mismo, pero el millonario de 69 años, considerado la gran sorpresa de la campaña electoral en Estados Unidos, debe ahora enfrentar un desafío sobre el que no tiene ninguna experiencia: las urnas.
“El sueño americano está muerto. Nuestro país precisa de un verdadero gran líder”, declaró Trump en el lanzamiento de su candidatura, el 16 de junio de 2015, durante un acto en… la Torre Trump, de Nueva York.
Resulta interesante verificar que en ese momento el lanzamiento de la candidatura fue recibido con numerosas sonrisas condescendientes. Pero siete meses más tarde, nadie más se toma la cuestión a la ligera.
En la actual coyuntura, los analistas admiten que Trump podría ganar la disputa interna y defender al partido Republicano en las elecciones del 8 de noviembre, muy posiblemente ante la demócrata Hillary Clinton.
En tanto, estrategas del partido y eminentes profesores de ciencias políticas, que no vieron venir la irrupción del magnate en la escena electoral, se rascan la cabeza en una -hasta ahora inútil- tentativa de entender el fenómeno del ‘trumpismo’.
“Mezcla tóxica”
El exgobernador de Texas Rick Perry, quien se retiró prematuramente de la carrera interna republicana, describió ese fenómeno como “una mezcla tóxica de demagogia, egoísmo y absurdo”.
La gran cuestión, sin embargo, es entender como esta “mezcla tóxica” parece funcionar a las mil maravillas en la campaña electoral.
Trump encontró un estilo y un tono. Con sus gestos repetitivos de ajustar los micrófonos y de gesticular con las manos para marcar sus palabras, el millonario parece hipnotizar a sus audiencias.
Posando como un apóstol del sentido común, Trump no deja escapar oportunidad de burlarse de la “corrección política”, que identifica como uno de los males del país.
Abiertamente populista y provocador, Trump habla directamente a un sector de Estados Unidos que está inquieto con su futuro, que no soporta a la clase política de Washington, y detesta a la dirección del partido Republicano por haber olvidado a su base a cambio del dinero de un puñado de donantes.
En la red Twitter distribuye generosamente su insulto preferido, “perdedor”, a legisladores, periodistas y hasta ciudadanos anónimos que se permiten poner en duda las evidencias de su futura victoria.
La furia de esa truculencia verbal no perdona siquiera a otros candidatos republicanos. En un debate televisado dijo que el senador Rand Paul “ni siquiera debería estar en el escenario, tiene 1% en los sondeos”.
Cuando se alzan voces para criticar la ausencia de cualquier cosa que se parezca a un programa político, Trump las acalla con un gesto de desdén enarbolando los números de los sondeos.
Día tras día repite su mantra: “Excelentes números, gracias”.
Para quien se apoya en un discurso que destaca su liderazgo en los sondeos, ¿cómo reaccionaría en caso de una derrota en la primaria de Iowa, el próximo lunes, que da la arrancada de la elección interna republicana?
“Ni su imagen ni su ego le dejan cualquier espacio para un segundo lugar”, apuntó un artículo del diario New York Times. “Su marcha a la presidencia está apoyada en el triunfalismo, los superlativos”, añadió el periódico, para arriesgar que un tropiezo en Iowa “destruiría los fundamentos de su marca”.
Sin relación con la política
Paradójicamente, una las fuerzas mayores de Trump reside en la constatación de que no es un político profesional, a diferencia de los otros candidatos (con excepción del neurocirujano retirado republicano Ben Carson).
Esa situación lo lleva a expresar incluso desprecio por la actividad política que no sea la presidencia.
Cuando el senador Ted Cruz sugirió que podría escoger a Trump como vicepresidente, el millonario respondió que en caso no ser el candidato al cargo principal prefería “retornar a mis inmuebles”.
Para la legión de republicanos inquietos por la perspectiva de un tercer mandato de los demócratas en la Casa Blanca, la gran pregunta es si Trump reúne las características para esa victoria.
Para Nate Silver, una especie de ‘gurú’ de las estadísticas electorales, ese escenario es poco probable.
“Trump arrancaría con una desventaja enorme: la mayoría de los estadounidenses simplemente no lo quiere”, explicó Silver. “Hay muchos candidatos impopulares este año, pero Trump es claramente el más impopular de todos”, añadió.
De acuerdo con un sondeo del instituto Pew, el 52% de los estadounidenses considera que Trump sería un presidente “malo” o “pésimo”, de lejos el más elevado nivel de rechazo entre todos los candidatos en carrera.
AFP
Resulta interesante verificar que en ese momento el lanzamiento de la candidatura fue recibido con numerosas sonrisas condescendientes. Pero siete meses más tarde, nadie más se toma la cuestión a la ligera.
En la actual coyuntura, los analistas admiten que Trump podría ganar la disputa interna y defender al partido Republicano en las elecciones del 8 de noviembre, muy posiblemente ante la demócrata Hillary Clinton.
En tanto, estrategas del partido y eminentes profesores de ciencias políticas, que no vieron venir la irrupción del magnate en la escena electoral, se rascan la cabeza en una -hasta ahora inútil- tentativa de entender el fenómeno del ‘trumpismo’.
“Mezcla tóxica”
El exgobernador de Texas Rick Perry, quien se retiró prematuramente de la carrera interna republicana, describió ese fenómeno como “una mezcla tóxica de demagogia, egoísmo y absurdo”.
La gran cuestión, sin embargo, es entender como esta “mezcla tóxica” parece funcionar a las mil maravillas en la campaña electoral.
Trump encontró un estilo y un tono. Con sus gestos repetitivos de ajustar los micrófonos y de gesticular con las manos para marcar sus palabras, el millonario parece hipnotizar a sus audiencias.
Posando como un apóstol del sentido común, Trump no deja escapar oportunidad de burlarse de la “corrección política”, que identifica como uno de los males del país.
Abiertamente populista y provocador, Trump habla directamente a un sector de Estados Unidos que está inquieto con su futuro, que no soporta a la clase política de Washington, y detesta a la dirección del partido Republicano por haber olvidado a su base a cambio del dinero de un puñado de donantes.
En la red Twitter distribuye generosamente su insulto preferido, “perdedor”, a legisladores, periodistas y hasta ciudadanos anónimos que se permiten poner en duda las evidencias de su futura victoria.
La furia de esa truculencia verbal no perdona siquiera a otros candidatos republicanos. En un debate televisado dijo que el senador Rand Paul “ni siquiera debería estar en el escenario, tiene 1% en los sondeos”.
Cuando se alzan voces para criticar la ausencia de cualquier cosa que se parezca a un programa político, Trump las acalla con un gesto de desdén enarbolando los números de los sondeos.
Día tras día repite su mantra: “Excelentes números, gracias”.
Para quien se apoya en un discurso que destaca su liderazgo en los sondeos, ¿cómo reaccionaría en caso de una derrota en la primaria de Iowa, el próximo lunes, que da la arrancada de la elección interna republicana?
“Ni su imagen ni su ego le dejan cualquier espacio para un segundo lugar”, apuntó un artículo del diario New York Times. “Su marcha a la presidencia está apoyada en el triunfalismo, los superlativos”, añadió el periódico, para arriesgar que un tropiezo en Iowa “destruiría los fundamentos de su marca”.
Sin relación con la política
Paradójicamente, una las fuerzas mayores de Trump reside en la constatación de que no es un político profesional, a diferencia de los otros candidatos (con excepción del neurocirujano retirado republicano Ben Carson).
Esa situación lo lleva a expresar incluso desprecio por la actividad política que no sea la presidencia.
Cuando el senador Ted Cruz sugirió que podría escoger a Trump como vicepresidente, el millonario respondió que en caso no ser el candidato al cargo principal prefería “retornar a mis inmuebles”.
Para la legión de republicanos inquietos por la perspectiva de un tercer mandato de los demócratas en la Casa Blanca, la gran pregunta es si Trump reúne las características para esa victoria.
Para Nate Silver, una especie de ‘gurú’ de las estadísticas electorales, ese escenario es poco probable.
“Trump arrancaría con una desventaja enorme: la mayoría de los estadounidenses simplemente no lo quiere”, explicó Silver. “Hay muchos candidatos impopulares este año, pero Trump es claramente el más impopular de todos”, añadió.
De acuerdo con un sondeo del instituto Pew, el 52% de los estadounidenses considera que Trump sería un presidente “malo” o “pésimo”, de lejos el más elevado nivel de rechazo entre todos los candidatos en carrera.
AFP
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